Enrique Arceíz Casaus, Sercretario de Organización de UPA-Aragón
La evolución
que han experimentado los mercados agrarios tanto nacionales como
internacionales, derivada de la globalización, el aumento de la población, los
cambios en la forma de alimentarse junto con las exigencias sanitarias y de
calidad, entre otros, ha supuesto que los agricultores y ganaderos tengamos que
plantearnos una profunda reflexión en cuanto a los diferentes sistemas de
comercializar y producir nuestros productos.
Entendiendo
que siempre hemos defendido la idea de que la unión hace la fuerza y que el
mejor camino a seguir para la rentabilidad de nuestras explotaciones es unirnos,
agrupar nuestras producciones para
venderlas de forma conjunta y comprar de la misma manera los impus necesarios
para producir, apostamos ya a principios del siglo xx por el modelo del
cooperativismo.
Cooperativas
que en la mayoría de los casos fracasaron o permanecían sin actividad por
diversos motivos tales como políticos, de desconfianza en su gestión, por el
propio individualismo del sector o simplemente por particulares ligados al propio sector agrario
que sabían muy bien como alejar a los agricultores y ganaderos de esta formula
asociativa con la única intención de hacer valer sus intereses.
A finales de
los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, una nueva corriente en
favor de resurgir el cooperativismo brota por todo el territorio español.
Seguramente el desengaño, el malear o el maltrato de sus productos, hizo que
agricultores y ganaderos retomaran lo que antepasados suyos dejaron arrinconado.
Y fue a mitad de la década de los 70 cuando se produce una gran ebullición de
cooperativas por toda geografía española, prácticamente una en cada pueblo. El
cambio político a una democracia, el que algún visionario ya vio el camino
hacia la UE, ayudó
notablemente a que estos proyectos se retomaran y salieran adelante.
Con las puerta
abiertas de nuestras cooperativas y entrando socios con aportaciones económicas
a capital social, poco a poco se fueron asentando, con algún que otro fracaso
en este camino, pero con más éxito del que algunos esperaban.
La entrada de
España en la Unión Europea, a mediados de los 80, comenzaría a implicar un cambio en la gran mayoría de los
sistemas productivos. La agricultura y ganadería no iban a ser ajenos a ello, ya
que con nuestro potencial agrario éramos un país muy interesante desde el punto
de vista económico para la UE. La
llegada de las subvenciones agrarias (PAC), las normativas sanitarias y medioambientales
nos hacían esforzarnos a muchos cambios. Fue cuando seguramente las cooperativas
agrarias han jugado un papel más protagonista, formando a los agricultores y
ganaderos en materias de producción, comercialización y gestión de
explotaciones.
Han pasado ya
treinta años de aquello. Los mercados son más internacionales, la globalización
nos ha llevado a tener que mirar a otros países, tanto a la hora de producir
como a la de comercializar. Y no solo países de Europa, sino también a países
de Asia, el norte de África y principalmente USA y Sudamérica (Brasil,
Argentina).
Observamos
como a lo largo del año llegan a España barcos cargados de mercancía agrícola y
ganadera que ponen en manos de transformadores y grandes puntos de venta al consumidor
a precios más competitivos que los que podemos ofrecer los productores
españoles.
Por otra parte,
en los últimos años y motivado por el “AUGE” agrario y la decadencia de otros
sectores como la construcción, grupos inversores sin escrúpulo alguno han invertido
en un juego de futuros en los productos agrarios, sin que les importara lo más mínimo
ni la rentabilidad de los millones de agricultores con sus explotaciones ni que
en el mundo tengamos 1.000 millones de personas pasando hambre.
Con estas
situaciones de realidad del día a día, con el trabajo en materia cooperativa
que a lo largo de todos estos años hemos venido realizando y tenemos hecho, no
podemos pararnos y seguir estancados para dejar pasar el tiempo como si con
nosotros, los cooperativistas, no fuera esta causa de poder ser competitivos.
No debemos
ponernos la venda en los ojos y negar la realidad de la globalización y la internacionalización
de los negocios. El agrario también es uno de ellos.
En los últimos
años, en los diferentes foros cooperativos que se organizan se habla de
integración cooperativa, de fusiones de cooperativas o de uniones. La realidad
es que sólo se habla y los ejemplos de esos modelos de uniones son muy escasos
y en la mayoría de ellos se basan en la búsqueda de un dinero vía subvención,
sin priorizar el negocio agrario en primer lugar. También es cierto que la
propia administración lo único que fomenta con esta ayudas es parecer que le
preocupan las cooperativas y sus gentes, pero solo parecer.
Y mientras
pasa el tiempo los que si se unen son los bancos. Cada vez son menos y nos
presionan más cuando queremos renovar las cuentas de crédito y al final somos
los agricultores y ganaderos los que lo pagamos. Las que también se fusionan
son las grandes superficies comerciales. Ellas son menos para comprarnos y
nosotros más para venderles y esta ecuación juega a favor de ellos. Son
innumerables los ejemplos del maltrato que hacen de nuestros productos en
precio, utilizándolos como reclamo para sus ventas de otros productos (leche, fruta
etc.). O condicionando los mercados por que organizan las ventas por un
exclusivo interés de ellos, como cuando ralentizan las ventas de productos cárnicos
elevando sus precios y el consumidor deja de comprarlos, para luego tener unas
bajadas importantes en las lonjas y ser el ganadero el pagano nuevamente.
Otro ejemplo
de uniones son las petroquímicas, teniéndonos totalmente sometidos a sus
precios sin nada que podamos hacer tanto en carburantes, fertilizantes y
fitosanitarios. Todos estos ejemplos son parte de nuestro negocio y mientras
ellos se unen nosotros miramos impasibles, conformándonos con lo que hicimos
hace ya tres décadas o en pocos casos con alguna cooperativa de segundo grado
que tenemos actualmente, a la que en ocasiones sus cooperativas socias no le
aportan lo que están obligadas a
aportar, creando la desconfianza y la inseguridad, mientras nuestros rivales se
hacen fuertes.
Con todo lo
escrito anterior, con reflexiones más que sencillas y pensando que nuestro
trabajo no es un juego sencillo, tenemos
que estar en el presente y pensar en el futuro. Por ello creo que el verdadero
desarrollo de la agricultura y la ganadería en España, así como la rentabilidad
de nuestras explotaciones pasa por una verdadera integración cooperativa,
dejándonos de hablar y hablar y actuar más.
Una
integración cooperativa que sabemos que no es fácil de hacer y que no se
desarrolla en un periodo corto de tiempo, pero por eso mismo hay que ponerse a
trabajar en pos de conseguirlo antes de que se nos coman las grandes
multinacionales y pasemos al muro de las lamentaciones.
Tenemos que
ser conscientes, a la hora de implantar cualquier cambio, de las
particularidades del sector agrícola y de nosotros los agricultores. Las
tradiciones, los localismos, el conservadurismo agrario y la falta en algunas
ocasiones de visión empresarial hace muy difícil introducir cambios en las
cooperativas y en nuestros socios. Por ello, en todo momento, tenemos que contemplar
estos factores principalmente de carácter social en cualquiera de los cambios
del tipo que sean y que se hagan.
Los socios lo
primero que ponen en valor es la cercanía de su cooperativa. En numerosas
ocasiones es la cooperativa la principal empresa del pueblo y con estas
circunstancias y otras como las aportaciones a los diferentes actos que se
organizan en el pueblo (fiestas, celebración del patrón, ayuda a las asociaciones)
hacen que, unido al temor de los crecimientos empresariales, los socios tengan
recelo cuando se habla de integración cooperativa.
No perder esas
señas que identifican a la cooperativa con su pueblo, junto con una completa y
veraz información de cómo se desarrolla la integración, tienen que ser los
principales pilares que sustente el proyecto integrador. Una información que
deje claro que los motivos de integrarnos las cooperativas no es un capricho de
aumentar volumen ni una búsqueda exclusiva de reducción de costes y de aumento
de precio de nuestros productos. Aunque conseguir algo de esto también tiene
que ser prioritario.
La integración
cooperativa tiene que estar basada en un aprovechamiento de instalaciones,
muchas veces infrautilizadas, en tener un masa social que la respalde en la
toma de decisiones y asi poder influir en mercados y decisiones políticas.
Crear una empresa capaz de gestionar las explotaciones de sus socios activos y
socios que por diferentes motivos no están activos. Una cooperativa que tenga
un carácter social superando a las cooperativas primitivas que se integraron.
(El envejecimiento en el mundo rural es muy alto) ¿Quién tendrá que gestionar
sin ánimo de lucro las residencias para los mayores? Una cooperativa que cree
los servicios que faltan en los pueblos (tienda, taller etc.).
Una
cooperativa que deje de ser de monocultivos o de una solo especie ganaderas y
que abarque todas los producciones agrícolas y ganaderas dando servicios a los
socios de todo lo que necesiten (técnicos, administrativos, trabajadores
temporeros, maquinaria en común, gasolineras, seguros, contabilidad,
fiscalidad, nuevas normativas referentes o ligadas a la PAC etc.).
Una
cooperativa resultante de varias cooperativas fusionadas tiene que tener como
principal objetivo, un resultado económico positivo. Pero no solo en el balance
sino también en todos esos servicios a los socios y aportaciones en sus
pueblos.
En muchas ocasiones
nos comentan el ejemplo de Holanda (una cooperativa holandesa tiene el volumen
de 4.000 de España). No nos dejemos influenciar por esos datos. Holanda es un país
con una orografía determinada, tiene su clima, sus distancias ente pueblos y
ciudades, sus gentes y sus pensamientos son diferentes a los nuestros, sus
sistemas productivos también. Y todo esto lleva a tener pensamientos distintos
y formas diferentes de ver y entender las cosas.
Por ello
tenemos que ser realistas y el modelo integrador en España no tiene por qué
parecerse ni al de Holanda ni al de otros países de la UE que también nos ponen como
ejemplos a seguir (Dinamarca, Alemania).
En España lo
podemos conseguir integrando cooperativas por comarcas o por provincias o
regiones o entre varias regiones. No es necesario tener que empezar pensando en
macro cooperativas que nos rompan el carácter social y nos lleven a caernos
antes de empezar a andar.
Como
conclusión tenemos que exigir que nuestros consejos rectores se pongan a
trabajar y que los socios apoyemos y participemos activamente del trabajo de
integración. Solicitar a la administración que facilite las herramientas
necesarias para que el proyecto integrador deje de ser proyecto y sea una
realidad. Gestores, consejos rectores, socios, trabajadores, clientes,
proveedores etc. Todos estamos en un mismo camino que juntos y trabajando
tenemos que seguir haciendo. Porque las cooperativas son nuestras casas y que
mejor que todos nosotros para cuidarlas, mejorarlas y ampliarlas.
Enrique Arceiz Casaus
Secretario de Organización de
UPA Aragón